“Cuando sacudas tus olivos, no recojas las ramas que hayas dejado detrás de ti…” Deuteronomio 24:20.

El aceite de oliva era un producto básico en las casas del pueblo de Israel. Con él no solo cocinaban, también lo usaban como combustible para sus lámparas, como lubricante, y hasta como ungüento medicinal. Israel tenía muchos olivos en su territorio.

Lo que me llama la atención es su cosecha. Dicen los expertos que a la aceituna hay que recogerla en su punto justo de maduración, porque si está verde se puede extraer menos aceite, y si se deja madurar demasiado, se echa a perder.

Actualmente, hay dos maneras de recolectar las aceitunas: a mano y mecánicamente. La primera consiste en el “vareo”, o lo que es lo mismo, sacudir las ramas con una vara para que las olivas caigan. La segunda, se realiza a través de brazos mecánicos que se agarran al olivo y lo sacuden rápidamente para que caiga el fruto. Si nunca has visto este tipo de recolección, por favor, busca un video en internet sobre recolección de aceitunas con maquinaria agrícola y terminarás diciendo: “¡Ay, pobre olivito… cómo lo sacuden… se va a quebrar!”

Cuando vi esas imágenes pensé en un cristiano. Firme como un olivo, lleno de fruto maduro, listo para bendecir a muchos, pero si permanece inmóvil ese fruto se perderá. Por eso, de tanto en tanto, es necesaria una sacudida. Creo que entiendes la metáfora.

Muchas veces Dios tiene que incomodarnos, movernos, sacudirnos un poco para que soltemos lo que tenemos que dar. Permite desafíos para que pongamos por obra lo que ya hemos aprendido y no retengamos lo que tenemos que invertir en Su reino.

Si estás atravesando circunstancias que te están “sacudiendo”, seguramente tienen el propósito de sacar lo mejor de ti. En las sacudidas oramos más, escuchamos más, aumenta nuestra fe y dependencia de Dios, y al fin, producimos los resultados que el Señor espera.

No te asustes por el “vareo”, es el proceso de Dios para que abundes en frutos para su gloria.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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