“Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. Estos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús.” Juan 12:20-22.

Todos querían conocer a Jesús. Muchos querían saber a quién iban a crucificar, pero otros lo buscaban sinceramente porque reconocían que nadie podía hacer las señales sobrenaturales que Él hacía si no hubiera sido enviado de Dios.

Jesús era admirado, aun hasta por sus enemigos. Tenía una forma de relacionarse única. Una mirada suya y las vidas eran impactadas. Un abrazo suyo y los leprosos eran limpiados. Jesús transformaba vidas (no pienses que sólo lo hacía en el pasado, sigue cambiando vidas, incluyendo la del que escribe este devocional). Los que se encontraban con Jesús eran transformados.

Hasta unos griegos se acercaron para conocerlo. Cuando vieron a Felipe y Andrés, los protagonistas del milagro de la multiplicación de los panes y peces, les pidieron ver a Jesús. Ellos no estamos interesados en un encuentro con sus discípulos, sino con el Maestro. Menos mal que Felipe y Andrés era conscientes de que ellos no tenían nada que dar si no fuera por Jesús.

La transformación de una vida viene por un encuentro directo con Cristo, no por las voces de un grupo de alabanza, no por la elocuencia de un predicador, no por las actividades de un ministerio, ni tampoco por un gran edificio. Solo Jesús nos transforma.

La gente necesita a Jesús y debemos llevarlos a Él. De hecho, nuestra oración debería ser que no nos vean a nosotros, sino a Jesús a través de nosotros. La tarea que nos encomendó el Señor es hacer discípulos, no nuestros sino suyos. Si solo nos siguen a nosotros, ay…

Ojalá que nunca obstaculicemos la llegada de las personas a los pies de Cristo, por el contrario, que seamos los instrumentos que Él pueda usar. De la transformación, se encarga Cristo.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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