“Al quinto año del rey Roboam subió Sisac rey de Egipto contra Jerusalén, y tomó los tesoros de la casa de Jehová, y los tesoros de la casa real, y lo saqueó todo; también se llevó todos los escudos de oro que Salomón había hecho. Y en lugar de ellos hizo el rey Roboam escudos de bronce, y los dio a los capitanes de la guardia, quienes custodiaban la puerta de la casa real”. 1 Reyes 14:25-27.

El rey Roboam, hijo de Salomón, no tuvo un corazón perfecto para con Dios. En su reinado el pueblo abandonó al Señor y cayó en idolatría, prostitución y homosexualidad, a tal punto, que Dios permitió que el rey egipcio invadiera Jerusalén y se llevara los tesoros más preciados. Roboam al sentirse despojado de la gloria de su reinado, hizo construir 300 escudos, y como no quedaba oro, los mandó a hacer… ¡de bronce! Había que reemplazar lo perdido y que nadie se diera cuenta. Entonces todos los días debían pulir los escudos para que brillaran. Cambiaron lo genuino y valioso por algo de menor valor.

Esta es una de las estrategias que usa el diablo para corromper los verdaderos valores cristianos: Reemplazarlos por otros y que la gente siga contenta y satisfecha. Por ejemplo, a través de la filosofía actual reemplaza la misericordia divina por tolerancia humana; el creacionismo bíblico por evolución científica; el amor verdadero por sexo libre; y a Jesús, el único camino a Dios, por el sincretismo religioso.

Lo mismo sucede con las fiestas. En Pascua se festeja a un conejo que regala chocolates; en Navidad a Santa; el día de reyes, los regalos que fueron ofrecidos a Cristo ahora los compramos para la familia. El diablo no nos quita las festividades, pero cambia el significado. Si festejamos Navidad es porque recordamos que el Hijo de Dios vino al mundo para salvarnos de la condenación eterna.

No sé tú, pero yo no voy a cambiar el mensaje más importante para la humanidad. Todos somos pecadores, hemos nacido así y cada día hacemos cosas que no agradan a Dios. Estábamos condenados a la muerte eterna, pero Jesús murió en la cruz para salvarnos, fue nuestro substituto perfecto. Todos los que le reciben como Salvador son hechos hijos de Dios y tienen como destino la vida eterna. El Espíritu Santo viene a morar en sus corazones y les capacita con poder para ser vencedores diariamente ante las pruebas y tentaciones que deban enfrentar. ¡Esto trae paz verdadera y permanente!

No vamos a reemplazar a Cristo. No vamos a reemplazar el gozo de la salvación. No vamos a reemplazar la santidad. No vamos a reemplazar la Palabra de Dios como regla de nuestra fe y conducta. No vamos a reemplazar la presencia de Dios en nuestras vidas. No vamos a reemplazar la obra del Espíritu Santo. No vamos a reemplazar la comunión diaria con el Señor.

Celebremos el nacimiento del Rey del universo como lo hicieron los ángeles en la primera Navidad: “…os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Lucas 2:10-11,14.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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