“Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes.” Daniel 6:10.

Si piensas que eres una persona muy ocupada, ¡ni te imaginas los horarios de Daniel! Era un gobernador que estaba sobre otros 120 gobernadores, no de un país, sino de todo un imperio. Por favor, ve a internet y fíjate en un mapa los territorios que abarcaba el imperio persa. Te sorprenderás de ver lo inmenso que era.

Daniel no solo era una persona con muchas responsabilidades, sino que las cumplía con excelencia, a tal punto que destacaba entre todos los sabios y principales del imperio. Si consideramos todo esto, podemos llegar a pensar: ¿Quién puede tener tiempo para orar? Bueno… Daniel sí.

Este hombre de Dios no solo se tomaba un tiempo en la mañana para comunicarse con el Señor y encomendar su día en sus manos, sino que también oraba al mediodía y a la tarde. Tres veces al día, ininterrumpidamente. Adiós a nuestros argumentos de que no podemos encontrar el momento…

Todas estas cosas despertaron envidia entre sus colegas que buscaron la manera de acabar con él. Fue entonces que forzaron al rey a establecer un edicto prohibiendo la oración a cualquier otro dios que no fuera persa y quien no cumpliera esta orden, debía ser echado al foso de los leones. ¡Qué buena oportunidad para argumentar que ya no se podía orar! Con semejante presión, ¿quién ora? Bueno… Daniel sí.

La mayoría de nosotros conocemos el resto de la historia, Dios no libró a Daniel del foso de los leones porque oraba, sino que lo libró “en” el foso. Eso fue un testimonio no solo para el rey sino para todo el imperio. Por la oración constante de Daniel ahora todos debían orar al Dios de Israel.

¿Qué tal nosotros? ¿Tenemos algún tipo de justificativo para no orar? La vida de Daniel nos enseña que no hay excusas. Si realmente queremos el respaldo de Dios, su guía, acercar a otros a Dios, evidenciar el propósito de nuestra existencia, debemos orar. Orar en serio. Tomar tiempo, como dijo Jesús, en nuestro lugar secreto, y compartir oraciones profundas con nuestro Padre Celestial.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini
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