Petición de Santiago y de Juan

20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. 21 Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. 22 Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. 23 Él les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre. 24 Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos. 25 Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. 26 Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; 28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

Dos ciegos reciben la vista

29 Al salir ellos de Jericó, le seguía una gran multitud. 30 Y dos ciegos que estaban sentados junto al camino, cuando oyeron que Jesús pasaba, clamaron, diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros! 31 Y la gente les reprendió para que callasen; pero ellos clamaban más, diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros! 32 Y deteniéndose Jesús, los llamó, y les dijo: ¿Qué queréis que os haga? 33 Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. 34 Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron.

Reflexión: La fe que clama y no se rinde (Mateo 20:29–34)

En su camino desde Jericó, Jesús fue rodeado por una gran multitud. Entre el bullicio, dos ciegos se atrevieron a levantar la voz y clamar: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!” La gente quiso silenciarlos, pero ellos no dejaron de insistir. Sabían que su única esperanza estaba en Jesús.

Él se detuvo, los escuchó y les preguntó: “¿Qué queréis que os haga?” Ellos expresaron su deseo más profundo: recuperar la vista. Movido por compasión, Jesús tocó sus ojos y les devolvió la vista. Desde entonces, le siguieron.

Esta escena nos enseña que la fe verdadera no se calla ante las críticas ni se rinde ante los obstáculos. Clama con perseverancia, confiando en la misericordia del Señor. Y cuando Jesús responde, abre nuestros ojos para ver su gloria y seguirlo con todo el corazón.

No te canses de clamar: Jesús escucha a los que le buscan con fe.

¡Dios te bendiga!

 

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