“Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza”. Salmo 3:3.

Cuando David escribió este Salmo estaba pasando por uno de los momentos más difíciles de su vida. Su hijo Absalón se había sublevado y había enviado miles de soldados para matarlo. ¿Puedes imaginarte lo que sentía David al enterarse de que su hijo quería verlo muerto? Una cosa era ser perseguido por los enemigos de siempre, otra cosa por su propio hijo.

Apenas David supo sobre el motín que había levantado Absalón, huyó de la ciudad de Jerusalén para evitar un desastre mayor. Mira como fue esa salida: “Y David subió la cuesta de los Olivos; y la subió llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todo el pueblo que tenía consigo cubrió cada uno su cabeza, e iban llorando mientras subían” (2 Samuel 15:30). La apariencia externa de David y su ejército era de luto.

Si lees todo el Salmo verás que David siente al ejército enemigo muy cerca, pero sabe que Dios es su escudo. Y así fue, Absalón murió en la batalla y David volvió a Jerusalén con una victoria aplastante. Él y su ejército habían salido con la cabeza baja de Jerusalén, pero Dios levantó sus cabezas y regresaron como vencedores. Ya no más lágrimas, ahora podían alabar al Rey de justicia que sabe dar el pago a cada uno según sus obras.

A menudo pensamos en la justicia desde un punto de vista negativo, como castigo o vindicación, pero también es inmensamente positiva. De hecho, la palabra hebrea mishpat, que se traduce como “juicio” o “justicia”, transmite el sentido de poner las cosas en su lugar.

Si estás pasando tiempos de angustia por la traición de algún amigo o ser querido, sigue el ejemplo de David, entrégale esa situación al Señor y espera que Él actúe según su voluntad.

Dios sabe cómo cuidar a sus hijos. Si confiamos en Él nos respaldará, levantará nuestras cabezas y podremos darle la gloria por nuestra victoria.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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