“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. Efesios 4:30.

Antes de ascender al cielo, Jesús les dijo a sus discípulos que les convenía que Él se fuera con el Padre para enviarles al Consolador y Ayudador para que estuviera con ellos siempre. A partir de Hechos 2, el Espíritu Santo comenzó a habitar dentro de los creyentes para santificarlos, guiarlos, recordarles la Palabra de Dios y capacitarlos con poder.

El Espíritu Santo es una persona, no una influencia, fuerza o energía, y como tal puede ser contristado. La palabra contristar en griego es lupeo que significa “afligir, estar triste, angustiar, causar tristeza o dolor”. Así como nosotros podemos haber sido entristecidos por alguien, también nosotros podemos provocar situaciones que contristen al Consolador.

Tal vez te preguntes qué es lo que entristece al Espíritu Santo. Si lees el versículo siguiente encontrarás la respuesta: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”.  (v.31)

Cuando vivimos amargados, lo contristamos. La palabra amargura en el original hace referencia a algo punzante que nos ha herido y que comienza a infectarse. En las batallas antiguas usaban flechas o dardos envenenados para lograr justamente eso. Alguien nos dijo algo fuera de lugar y comenzamos a molestarnos. Esa molestia crece y se transforma en resentimiento, enojo e ira que empiezan a tomar el control de nuestra vida.

Cuando le damos lugar a la gritería lo estamos contristando. Griterío proviene de la palabra griega krazo que significa “graznar como cuervo, llamar a gritos, chillar, prorrumpir en alta voz, clamor de tumulto, vocerío”. Cuando el enojo nos descontrola comenzamos a subir el tono de voz y nos parecemos a “cuervos peleando”. Esta actitud manifiesta que no estamos escuchando la voz de alerta del Espíritu Santo. Somos controlados por nuestros impulsos en vez de dar lugar al dominio propio que es el resultado de someternos a Él.

Para evitar que el Espíritu Santo sea contristado, el apóstol Pablo nos deja este último consejo: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. (v.32).

Permítele al Espíritu Santo que hoy tome el control de tu vida, escucha su voz y obedécele inmediatamente.

Cortesía Pastor Pablo Giovanini Iglesia Cristiana Renacer Lynn

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