“Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” Mateo 26:38-39.

La oración en Getsemaní fue la más difícil de hacer. Jesús todavía tenía la opción de evitar el sufrimiento y el dolor, sin embargo, decidió obedecer al Padre. Él renunció voluntariamente a conservar su vida y fue a la cruz con el propósito de traer salvación a la humanidad.

Jesús no oró pidiendo que la muerte fuera rápida, que los soldados se olvidaran la corona de espinas, que Pilato no lo mandara a azotar. No, sabía que debía pasar por todo esto para que la Escritura se cumpliese al pie de la letra. El Padre no lo libró, pero le envió ayuda. Dice Lucas 22:43: “Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.”

Nunca vamos a sufrir lo que sufrió Jesús, pero su oración probablemente la tengamos que hacer varias veces. Como humanos, nuestra voluntad puede jugarnos una mala pasada. En nuestra mente sabemos lo que Dios quiere que hagamos, pero a la hora de obedecer, decidimos lo que es más confortable, menos riesgoso, lo que no traiga confrontación y nos permita estar tranquilos.

Nuestros sentimientos y deseos muchas veces son contrarios a los de Dios. Hay una lucha interior entre lo que nosotros queremos y lo que Dios nos está pidiendo. En esos momentos es cuando debemos hacer la oración de Jesús: “Padre, que se haga tu voluntad y no la mía”.

Hay ayuda celestial para obedecerle. Tal vez no veas un ángel descender del cielo, pero el Espíritu Santo que habita en ti te recordará que Dios dijo que “somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó”.

Cortesí­a Pastor Pablo Giovanini
Iglesia Cristiana Renacer en Lynn, MA

compartir por messenger
compartir por Whatsapp